Hay tres preguntas que todo hombre se hace en la vida:
1.- Qué soy?
2.- A dónde voy?
3.- Donde queda Zhud?
Semejantes interrogantes espirituales, requieren de toda una vida para ser despejadas. Las dos primeras requieren de un largo trayecto de reflexión y auto-descubrimiento. La tercera tiene un doble significado metafísico, dado que puede llevar al cielo o al infierno según como se lleve a cabo (independiente de las concepciones personales cielo-infierno que cada uno pueda tener). Saber dónde está Zhud es algo que todos nos hemos partido la cabeza para dilucidar, y es que podemos darle crédito a afirmaciones que pueden hablar de la localización física de Zhud, pero eso no es más que un engaño mediático para vender
Quiero compartir con Uds. lo que ha sido mi búsqueda personal de Zhud. Sé que cada uno tiene su forma de llegar a él... pero fue tan "sui generis" esta experiencia, que merece ser trasladada a letritas, para que la posteridad se beneficie.
Todo empezó con un primo, que me pidió que le acompañe a Cuenca a comprar una moto. Buen plan! - pensé yo - pero, desde el comienzo, tendría yo evidencias, de que la ruta a Zhud es como aquella historia del héroe en busca del Grial. Cada paso dado es difícil de clasificar; si acaso positivo, si acaso negativo.
He de abreviar el asunto. Decír que el trayecto Quito - Cuenca es de lo más pintoresco, es quedarse corto. Pasar ciudades del nivel cosmopolita como Latacunga o Riobamba, es experiencia sin parangón. Recorrer las escasas diez cuadras que forman el pueblo de Píllaro, es como para perderse (porque la Panamericana no sigue en línea recta) así como uno se puede perder en la vista de las chicas de Salcedo, que tan amablemente invitan a detenerse a tomar un helado multicolor y orgulloso. Semejante candidez solo puede verse sobrepasado por la sensación de exotismo, que produce ver su bigote. Por suerte, construyeron un paso lateral, y se puede evitar ese monstruo aberrante llamado Ambato. No entiendo como pueden calificar de ciudad a semejante tugurio sobredimencionado y lleno de "tunneros".
En fin, más allá de Alausí, empieza una neblina que parece que hubieran cogido toneladas de agua y la inflaron en las montañas. Creo que la palabra "neblina" no aplica para lo que uno encuentra en esos páramos, y tal véz sería de llamarla algodón de azucar andino. Fué en esas escarpadas cumbres donde ví la primera señal del mal. Manejando pegado al parabrisas, dentro de los escasos diez metros que permitía la visibilidad, divisé una forma "clásica" fantasmal que apareció de la nada y pasó volando a un lado del auto! Perplejos como estábamos, mi acompañante y yo (en realidad yo era el acompañante, pero el burro no debe ir por delante, sino le pisas...) no dimos crédito a nuestros ojos y continuamos. Mi primo quiso entender que era un natural de la zona, con un pedazo de plástico para taparse de la lluvia, o al menos de eso me quizo convencer. Doscientos kilómetros después, seguíamos encontrando letreros a la vera del camino que indicaban nombres de poblaciones y la cantidad de kilómetros a la que se suponía nos encontrábamos de ellos. Long story short... esos pueblos no existían!
Habían casas, o al menos dentro de lo poco que la neblina dejaba ver. No había un solo habitante en esos pueblos, a escepción del burro que no pisamos, porque no estaba al frente. Fué inevitable preguntarnos que sucedió con las personas. No hallamos respuesta.
Otra señal que nos indicó que en ese punto, habíamos abandonado la realidad, fué encontrar una virgen del camino. A nadie le extrañanía, de hecho todas nuestras rutas están llenas de ellas. Lo extraño de ésta, era que en estaba dentro de una gruta sobre la vereda... y unos cuantos metros más arriba, había otra! Espeluznante imagen, aunque más espeluznante es la idea de dos vírgenes en Ecuador... y juntas!
Estábamos a punto de virar el volante y rodar cuesta abajo para abandonar semejante pesadilla, cuando de la nada, apareció Zhud! Conquista gloriosa! - pensamos - más el destino es trillado y el camino enredado. Pasar de largo en ese pueblo es una experiencia distinta cada vez, dado que al regreso, creímos tomar el mismo camino al revés, para terminar entendiendo que cada camino de Zhud lleva un lado distinto cada vez que se pase por él. Continuamos.
Llegar a Cuenca, es notar que la modernidad es capaz de dañar hasta lo más puro. Recorrer su centro histórico ya no tiene la magia de antaño. Que se puede esperar de una ciudad cuyo mayor exponente moral es el vendedor de autos, y es que en Cuenca hay 2.36 vendedores de autos por cada habitante. Ya se imaginarán la cantidad de patios de autos.
Negociar con un Cuencano tiene sus bemoles. No por nada esa ciudad acogió a ciertas élites religiosas que inmigraban en otros siglos, y su evidente decendencia, que hace culto de la intermediación es la mayor evidencia que el parasitismo se lleva en la sangre. Mi abuelita me decía que desconfíe de quién mucho hable, y por eso desconfío de los Cuencanos, mucho hablan, mucho conversan, mucho están de acuerdo contigo, mucho adulan... en fin, raza de comerciantes.
Encontrar una habitación para dormir costó gran esfuerzo. A la rata de presidente que tenemos, se le ocurrió festejar sus cinco años de tiranía en Austria, digo Bélgica... digo, en el austro carajo! No había una habitación disponible ni en la mayor pocilga. Ya entendí lo que pasaron María y José cuando buscaban habitación en Belén... Ahi está! toma por andar manteniendo hijos ajenos (sin que eso se aplique al distinguido lector... o autor).
Al siguiente día, de nada valió madrugar para el regreso. La neblina había tomado su preeminencia como enemiga desde la primera hora de viaje. Más sobretodo, si se toma en cuenta que otro fantasma rompió el retrovisor de la moto, y solo había el del lado derecho, que para colmo de males, era diminuto y parecía diseñado para hobbits y no para gente que pase del metro veinte. El algodón de azúcar andino se manifestó aliado de la lluvia, para hacernos acuerdo de llevar una condenada provisión de ochocientos sacos y chompas para el próximo viaje, y no creer que con una chalina se puede conquistar el Everest. Otra vez recorrimos el camino andado, ésta vez de regreso. De nuevo pasamos por pueblos desiertos, por la neblina y por la lluvia. El burro ya no estaba, supongo estaría pastando.
Tener 500 centímetros de potencia entre las piernas, es una sensación candorosa. Hablo de la moto, que siendo objetivos... va entre las piernas. Pasando Alausí, fui el encargado de conducir la moto hasta Riobamba, en donde otro fantasma me jugó una mala pasada y me frenó la moto, haciéndome caer al piso. Todo el lado izquierdo de mi colosal figura puede evidenciar, que el suelo Riobambeño es más duro que el del resto del país. Adolorido y golpeado en el orgullo, tomé el volante del auto y mi primo la moto, para que a la altura del by-pass del tugurio de las flores y las frutas... otro fantasma se le ocurra romper algo dentro de la caja de cambios y dañarla definitivamente. De milagro, pasó un señor en una camioneta, en la cuál trepamos la moto y la llevamos a Quito. Ese trayecto no estuvo libre de fantasmas, dado que parecía que todos los infiernos unidos estaban conduciendo un auto a esa hora. Que tráfico! Malditos fantasmas!
Mientras manejaba el auto, pensaba en esa canción del show de Yuly que decía "...fantasmas, no les tengo miedo... ...fantasmas, yo me rio de ellos..." y entendí el contexto esotérico de las canciones de Yuly. Yá lo dicen los códices ocultos, es la sacerdotiza la que inicia al guerrero, y una canción de Yuly me hizo entender que por más que todos los fantasmas de Zhud se hayan enpeñado en trabar mi viaje, mi sola voluntad me hace vencerlos en todos los planos: físicos y metafísicos. Llegamos a Quito con la moto y la satisfacción de no dejarnos vencer.
Los fantasmas están en todas las rutas, en todos los proyectos, en todos los senderos, pero es la voluntad la que prevalece. Son los hombres fuertes los que encuentran Zhud!
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