lunes, 26 de diciembre de 2016

Tiempos de promesas... que terminan en lo mismo



Las fiestas de navidad y año nuevo, al menos por estos lares, tienen tanto en común con los de otros, que termina resultando altamente sospechoso. Y no me refiero a símbolos cuya re-significación ha sido impuesta por la modernidad como pueden ser el "árbol navideño" o el hecho de dar regalos. No, me refiero a cosas como el hecho de hacer algo tan trivial como una cena especial.

Pocas son las familias, que independientemente de su confesión religiosa -o la ausencia de la misma- de su número, de sus lazos filiales incluso; se hallen fuera de la costumbre de cenar en grupo. De hecho, pienso que la costumbre de hacer cenas con los amigos, en las empresas o con la familia que no se visita en mucho tiempo, es cosa muy difundida por estas fechas. ¿Quién no tiene una invitación a una "cena navideña" o "de fin de año" en su perfil de facebook en estos días? o lo más reglamentario aún... las fotitos.

La navidad, en su versión modernizada, es símbolo de excesos, ya sea en lo material dando regalos que haciendo milagros se alcanzarán a pagar, o en comer como desaforado y festejar "la unión" que se supone trae consigo la fecha.

El resultado no sorprende. La promesa de la gran mayoría de gente en estos días en que fenece el año, consiste en prometer el mesurarse en el consumo para bajar la panza... lo cual, se me hace más bien una especie de negociación con los acreedores que desde enero empiezan a sacar dividendos de los consumos decembrinos. Es algo así como una dialéctica del consumismo disfrazada de promesa de renovación anual para la auto preservación.

Y es curioso que cada año se hable de lo mismo. Tengo un amigo dueño de un gimnasio, que me decía que su mejor mes es enero, obviamente porque la gente iba a intentar quemar todas esas calorías excesivas que consumieron en diciembre. Supongo tiene razón en ello. Lo que veo en el fondo de esto, es que ese afán de querer "pagar" por las culpas pasadas -que se supone fueron gozo- tiene mucho de rasgo de judeo-cristiano en el fondo.

Eso de pagar culpas, que se supone fueron felices, pero a la final traen dolor -y mucha culpa adicional- para luego negociar en una línea de tiempo en diferir esa expiación culposa... tiene mucho de oriental en sus raíces. 

Sea que se sude en el gimnasio gota a gota el sentimiento de exceso cometido, o que se abone centavo a centavo el pago de lo gastado en época de fiestas, la modernidad carcome la psiquis del humillado engranaje humano, que tiene el enorme conflicto psicológico de tener que pagar con sufrimiento, por aquello que se supone lo hizo feliz. 

Debemos preguntarnos, ¿qué sentido tiene, a fin de año, gozar de algo que produce dolor el resto del tiempo?

En lo personal, es por eso que no compro nada en estas fechas... para luego no tener que ir al gym.