Continuando con la descripción faunística
que me rodea, he de contar hoy, acerca de mis constantes encuentros con un
gallo de pelea, de esos que tanto abundan en nuestro país.
El sabe que fue
criado con un propósito de riña. Desde pequeño fue alimentado en exceso y
educado en las artes del combate, para que en el futuro lo dé todo en el ring.
A diferencia de sus primos "gallos de gallinero"; cuya función se
limita a ser "semental", nuestro ejemplar en discusión no solo que
acaba con cuanta gallina se le cruce, sino que extermina a cuanto rival que
pretenda arrebatarle una posible cópula.
Él no tiene nada
en la vida, siempre lo ha dejado todo por una pelea o un buen culo (de gallina
obviamente); es capaz de detener el tránsito con tal de adular a cuanta pollita
medio alhaja se le cruce. En todo establecimiento al que entra, pregunta a la
dependiente por "sus hijos", dado que cree que la mitad de las aves
de corral del mundo han salido de sus huevos. Ha participado en cuanta gresca
hubo en los barrios bajos, medios y altos, dado que; gallo que se respete, es
gallo hasta la muerte; y preferible la muerte, que perder el honor... suele
decir.
Ahora que el
tiempo ha pasado, ha perdido muchas plumas. Algunas se han teñido de blanco,
otras se han caído por el natural paso del tiempo. Pelea más con la boca que
con las espuelas. Aun presume en sus noches melancólicas, de la fuerza que solían
tener sus espolones; pero eso es todo cuanto tiene hoy: solo historias y
cuentos de aventuras con gallinas divorciadas.
En el fondo,
pienso que es un ser de espíritu puro. Sé que el no conoce otro mundo que el de
luchar, dado que inconscientemente, sabe que para eso vino al mundo. He de
darle el mérito de no ser un animal con doble moral y eso es todo cuanto me
llevo de él cada vez que me lo encuentro.